Al disponernos a iniciar el Año Santo de la Misericordia nos ha parecido importante compartir con ustedes algunas líneas sobre los orígenes de los Jubileos. Para ello es necesario remitirnos al libro del Levítico, uno de los 5 libros que conforman el Pentateuco.
En el capítulo 25 de modo especial se relata lo que el Señor pide a los Israelitas una vez cumplidos 49 años el número 50 tenga unas connotaciones especiales: “Contarás siete semanas de años, siete veces siete años; de modo que el tiempo de las siete semanas de años vendrá a sumar cuarenta y nueve años.
Entonces en el mes séptimo, el diez del mes, harás resonar clamor de trompetas; en el día de la Expiación haréis resonar el cuerno por toda vuestra tierra.
Declararéis santo el año cincuenta, y proclamaréis en la tierra liberación para todos sus habitantes. Será para vosotros un jubileo; cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia.
Este año cincuenta será para vosotros un jubileo: no sembraréis, ni segaréis los rebrotes, ni vendimiaréis la viña que ha quedado sin podar,
Porque es el jubileo, que será sagrado para vosotros. Comeréis lo que el campo dé de sí.” (Lv. 25,9-12)
Diversos pasajes de la Sagrada Escritura nos refieren a la necesidad del perdón a los hermanos. Hay una urgencia de perdón aun mayor y que es la capacidad de perdonarse a sí mismo, nos cuesta mucho porque nos parece increíble que Dios sea capaz de perdonar nuestras faltas. Nos sentimos el pecador más grande del mundo. Dios que en palabras del Papa Francisco nunca se cansa de perdonar, porque nunca se cansa de amar, espera que también nosotros nos liberemos del yugo del odio y los resentimientos que se convierten en raíz amarga que nos dificulta la existencia.
¿A quién tengo que liberar? ¿A quién aun permanezco atado(a)?
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